miércoles, diciembre 15, 2010

Crónica

Me lloró el corazón

Doménica Martes Cod CNP: 14.493
La emergencia que atrapó a Venezuela a causa de un fenómeno llamado lluvia, hizo que en algunos titulares de medios, algunos Estados fueran noticia, las gotas seguían cayendo, las calles de avenidas principales alcanzaban niveles máximos que indudablemente calificaban a las entidades de un alerta máximo a un estado de emergencia. Falcón, Táchira, Miranda, Mérida, Oriente, fueron los primeros en aparecer en primera página, mientras que en el Zulia, La Guajira estaba siendo noticia también.

Para algunos pudo tratarse de simples datos o cuestión de informar a la sociedad, para otros, era el comienzo de un gran desastre. La Guajira siguió estando en primera página, “se inunda la Guajira, Sinamaica está llenándose, se desbordó el rio Paraguachón, se llenó la Guajira, las casas ya no se ven, perdimos todo”, fueron parte de los rumores, de las noticias.

 En la calle estaban los reporteros informando de lo que pasaba, la labor de reportar, de entrevistar, fue acompañada de querer hacer algo para aliviar tanta desesperanza, terminada la labor del día, fue notable en los rostros de mis compañeros como Jayariyu, Neida, Glenyis, Leonel, Luis, David, Román la tristeza de ver como su pueblo lloraba en medio de tanta agua, tal vez, era el mismo sentimiento que sentía yo, al saber que mi pueblo (Falcón), también estaba en las mismas condiciones.

Algunos viajes a la Guajira me han marcado el día laboral, pero no como el que hice a Caraquita, veía a José Antonio (el lanchero), implorando la ayuda de los “vestidos de verde”, simplemente pidiéndoles más combustible para poder seguir llegando hasta donde “algunos” no podían llegar, sabía que mi colega Glenyis estaba por allí, por alguna de esas comunidades, donde no había otra cosa que agua, seguimos cargando la lancha de comida, ropa.

Con la cámara colgada en el cuello, las botas de seguridad y mi camisa que dice WAYUUNAIKI comencé la jornada. Me pregunté ¿será que José Antonio tiene familia en esa comunidad que llaman Caraquita?, ¿Y qué tan lejos estará esa comunidad?, mis dudas eran porque me impresionaba el esfuerzo que hacia José Antonio en llegar hasta allá, y mi segunda consulta era, porque el corazón me empezaba a llorar al tratar de adivinar dónde estaba esa gente, tal vez porque lo único que veía, era agua.

 En medio del agua, estábamos esperando a María (líder de la comunidad de Caraquita) quien vía telefónica estaba en contacto con nosotros para que le hiciéramos llegar la comida.

 Había una bandera amarrada a un cují que identifica el punto donde podíamos vernos con ella, uno de los lancheros pitaba fuerte, María nos escuchaba, pero no la veíamos, dábamos vuelta en el mismo lugar tratando de llegar a Caraquita. Ahhhh Maríaaaa, decía por teléfono José Antonio a María, la situación empezó a preocuparnos, la labor era hacer llegar la comida, era tarea de todos, inclusive de Mermis (otro colega que también sufrió las agresiones de las lluvias, pero allí estaba, laborando).

Por fin, entre el pito, y los gritos diciendo “Maríaaaa”, pudimos llegar, empezó la gente a acercarse, venía un anciano, caminando en medio de tanta agua, sus piernas tal vez no tenían mucha fuerza, pero su corazón le gritaba que sí, que llegara a la lancha, empezamos a entregar la comida, “aja mi tío aquí estamos”, decía Jayariyu satisfecha por entregar la comida. Todos empezamos a bajar la comida, Yoel Fernández (Kaki) nuestro compañero de trabajo, también estaba afanado en querer entregar lo que teníamos para ellos, llenamos la tapa del tanque (el gran salvavidas en estos tiempos), entregamos la comida, nos subimos a la lancha y nos despedimos, no sé donde había más agua, si en mis ojos por llorar y ver tanta desesperanza, ó en el sitio donde estábamos.

Ellos, los habitantes de Caraquita nos dieron las gracias llenas de fe, sus manos nos despedían, había que partir, pero esas manos también nos decían “vuelvan pronto, aquí los necesitamos”, el anciano partió con su “salvavidas” cargado de comida, José Antonio estaba satisfecho, había cumplido con su labor como hermano wayuu, pues su familia, no vive en esa comunidad, a él lo impulsó el sentido de solidaridad que identifica a los wayuu.

El corazón me lloró, no es fácil tomar el lente de la cámara y fotografiar tanta tristeza, pero la jornada sigue, continuaré cargando la cámara para poder captar imágenes que hablan por sí solas, que describen la nueva vivencia de un pueblo llamado wayuu.